Tengo miedo de apagar la luz por el sentimiento de culpa.
La veía ahí contemplándome muy quieta, sin hacer el más mínimo movimiento. Esto me provocó deseos de acabar con ella. Solo podría espantarla soplándola muy fuerte, pero así no le haría daño alguno. Es más, se movería a otro lugar y desde allí continuaría espiándome. Para no hacerme de más problemas apagué la luz, así, al amanecer se habría ido.
Por la noche la bailarina de los aires volvió a entrar, dando círculos sin cesar alrededor de la ampolleta. Cuando se hartó de eso, decidió aterrizar en un lugar seguro donde podía seguir mirándome. ¡Me fastidiaba!, ya no pude aguantarlo más. Cogí el primer objeto a mano y sin dudarlo me dirigí hacia ella. Mientras estiraba mi brazo, tratando de mantener una puntería perfecta para no fallar escuché el chillido de mi hermana gritándome:
- ¡No!, ¡No la mates!, son angelitos.-
- ¡Bahhh! Qué ángeles ni qué nada. (¡PAFFF!).-Con un solo golpe acabé con ella.
Ya podía pasar días de tranquilidad. Sin embargo, Olivia lloraba y lloraba. Por las noches la oía sollozar como ahogándose un poco con los mocos. Iba a su cuarto para tratar de consolarla, pero era en vano. Me echaba, gritándome que me odiaba con todas sus fuerzas.
Desde entonces es a mí a la que le da por llorar. Vamos en el sexto día de mi amargura, el sol se esconde, mis ojos hinchados solo quieren cerrarse, les concedo su deseo; dormito tristemente sobre mi cama. Voy alejándome poco a poco y sin querer pensar en ello, vuelve el insecto a recordarme lo que había hecho. Lloro, hasta que el goteo de mi lagrimal se cansa. El silencio es total, hasta que se corta al escuchar lejanamente la voz en susurro de Olivia:
-Descuida yo he conversado con ella, y me dijo que te ha perdonado. Siempre será tu ángel guardián.-
Puedo apagar la luz.
Susana Iribarra
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